El corazón de Calcuta

Hace más de cuatro meses que volví de Calcuta. New Delhi no lo he conocido de momento. Fue el puerto de entrada en India y el de salida;  y no salí del aeropuerto. En Calcuta pasé catorce días y apenas la conocí. Sólo conocí el corazón de Calcuta, que no es poco. Cuando dejé Calcuta, cuando ya estaba dentro del avión y ya estábamos a punto de despegar, se me derramaban las lágrimas. Creo que esto no me había pasado antes al dejar un país. En este caso dejaba atrás una ciudad que ha conquistado mi corazón. La segunda ciudad más grande de India por detrás de Mumbai. De Calcuta yo sólo he conocido un área, un distrito, una zona; pero he conocido lo más grande de esa ciudad. Lo más grande de esa ciudad son las personas no amadas, que viven en la calle. Los olvidados de la sociedad. Lo más grande de esa ciudad es el trabajo de las Misioneras de la Caridad Madre Teresa de Calcuta y el amor que desprenden y el amor que emanan los no amados. Los olvidados.

Yo llegué a Calcuta el día 10 de septiembre. Salí de Barcelona el día 9. Llegué en la madrugada del día 10 a New Delhi y a Calcuta también en la madrugada, aunque a punto de amanecer. En India amanece a las cinco de la mañana y a las cinco y media el sol entra por tu ventana como si fueran las nueve de la mañana  en España. Cuando llegué a Calcuta cogí un taxi prepago. Ya lo había leído antes de viajar, que era recomendable. Se contrata dentro del aeropuerto. Yo me hospedaba en una residencia hotel baptista. La fundó un sacerdote. Cuando busqué información sobre dónde hospedarse cuando se hace voluntariado con las Misioneras de la Caridad Madre Teresa de Calcuta, la página de las misioneras y otras páginas facilitan una serie de hoteles, hostales. La residencia en la que yo me quedé cuenta como hotel, pero no es un hotel. Es una residencia hotel como quién dice. El hospedaje quizá es más caro para tener una habitación individual que en otros hoteles, pero claro, estamos hablando de 1400 rupias al día, que equivale a 24 euros al día. La habitación era muy grande, con un ventilador de aspas en el techo, con un baño, donde la ducha era enorme. En Calcuta, después del duro día del voluntario, y voluntaria, con la locura del tráfico diario, el sofocante calor y el voluntariado en las casas y templos de las misioneras; llegar a la habitación y ducharse es un bálsamo después del duro día. En las casas y templos de las misioneras se trabaja de verdad. Pero qué bendición el trabajo cuando se hace con el alma. Qué bendición el trabajo cuando existe la desproporcionada diferencia sobre para quién trabajas.

Como decía, hay hoteles donde puedes dormir en una habitación individual por 800 rupias, que son unos 11 euros. Yo opté por esa residencia porque me daba mucha tranquilidad y por las fotos me parecía un  lugar tranquilo. Tanto en la residencia como en otros hostales se puede compartir habitación con una persona, con cuatro y hasta con ocho. Una persona que pase tres meses en Calcuta o un año; si duerme en una habitación con muchas  personas, pagará unas cuatrocientas rupias por día. Unos cinco euros al día. Y menos; según dónde se hospede. Yo sólo estuve catorce días y en catorce días en Calcuta me gasté cuatrocientos cincuenta euros contando todos los gastos que tuve. Trescientos de los cuales fue en el hospedaje con el desayuno incluido. Cien euros en catorce días en comer y cenar y transporte. Cincuenta euros en el día libre de los voluntarios porque fui a visitar lugares. Digamos que si una persona está un mes en Calcuta, puede gastarse setecientos euros si se hospeda en una habitación individual y contando las comidas y el desplazamiento a los lugares del voluntariado. Y si la voluntaria o el voluntario se hospeda en una habitación compartida, se gasta hasta quinientos euros mensuales.

Yo llegué al hotel residencia Baptist Missionary Society en el taxi. El hotel está en la misma calle donde están las hermanas de Madre Teresa de Calcuta. En AJC Bose Road. En esa calle hay muchos hoteles y lugares de hospedaje para los voluntarios y voluntarias. En esa calle está donde viven las Misioneras de la Caridad Madre Teresa de Calcuta, que es donde vivió Madre Teresa de Calcuta, donde está su habitación, el museo y la tumba de Madre Teresa. Es el único lugar que se puede fotografiar. Los voluntarios no pueden hacer fotos del voluntariado. Tan sólo es posible el último día del voluntariado y hay que pedir un permiso a las hermanas de la caridad. Cuando llegué y entré en la residencia hotel, en la pizarra había una lista de las entradas que había para ese día. Vi mi nombre y mis apellidos. Me dieron las llaves de la que fue mi casa durante catorce días. Me acompañaron a la habitación. La habitación tenía hasta caja fuerte, pero la última persona que dejó la habitación, no cambió el código y no introdujo unos números que había que poner cuando se dejaba la habitación y no la utilicé. Podía haber pedido ayuda en la residencia, pero lo cierto es que no me hizo falta. Dejaba el dinero y el pasaporte dentro de la mochila y la mochila la cerraba con un candado. Me fiaba totalmente del personal de la residencia. No recuerdo lo que hice cuando me quedé sola en la habitación. Intentar conseguir el wifi supongo, que al final se me logró, pero no nada más llegar. Después deshice la mochila y me fui al número 54 de la calle AJC Bose Road. Reconocí enseguida el convento con las paredes de color azul y blanco, igual que la vestimenta que llevan las monjas de Madre Teresa. No entré. Mi voluntariado empezó al día siguiente. Podía haber entrado si quería. El museo, la tumba de Madre Teresa y la habitación está disponible para todo el mundo. Hay entrada libre hasta las seis de la tarde. Yo no entré hasta el día siguiente. Sólo quería saber dónde estaba. Después fui al número 78 de la calle AJC Bose Road que es donde está Sishu Bavha. Allí es donde tenía que ir a las tres de la tarde para registrarme para el voluntariado. El voluntariado en Madre Teresa no se acuerda previamente. Te registras cuando llegas allí. Eran las diez de la mañana o así y tenía tiempo para enterarme de dónde estaba todo a lo que yo había ido. De vuelta a la residencia para hacer tiempo hasta las tres de la tarde, comí algo en un bar que hay enfrente de Mother’s House. El dueño del bar habla español perfectamente. Lo ha aprendido de la cantidad de voluntarios españoles y de Latinoamérica que van a Mother’s House. Vivió en Barcelona, conocía el Raval y aprendió a hacer comidas españolas, de México e Italia. Tiene un restaurante español en la zona de Sudder Street, que es otra de las calles que está llena de hoteles para hospedarse y donde hay muchos voluntarios. También hay hoteles en la calle Stuart Lane que está cerca de Sudder Street. Cuando yo le dije al hombre del bar que hablaba muy bien español; me respondió: “es mi trabajo”. Claro. Después lo entendí. También en ese bar se puede cambiar dinero, que sale más barato que cambiarlo en el aeropuerto, y te facilita una tarjeta de teléfono de India para tener Internet todo el rato. Lo cierto es que para el tiempo que yo estuve no hubiera hecho falta porque sólo lo utilizaba en el hotel y en la zona del hotel donde funcionaba el wifi. Pero digamos que me fue muy cómodo poder tener Internet en la habitación con esa tarjeta. En la residencia el wifi sólo me funcionaba en el comedor. Además, ahora que lo sé y he estado allí, Internet va muy bien en el día libre del voluntario para disponer de Internet siempre y poder desplazarte con un servicio de transporte. En India ese servicio funciona muy bien. Yo no lo utilicé, pero las personas de Argentina y México y Japón se desplazaban a menudo con él en el día libre del voluntario para ir a ver templos y lugares emblemáticos de Calcuta. En el bar del hombre que tiene un bar enfrente de Mother’s House y un restaurante de comida española, mexicana e italiana; comí una especie de lasaña de fideos. Tenía mucha hambre. Después me volví a la residencia para descansar después de los tres vuelos que había tenido desde que había salido de Barcelona y en los que sólo pude dormir una hora o así en el último. No recuerdo si logré dormir o no. Tenía el horario totalmente cambiado, aunque la diferencia horaria con respecto a India es sólo de tres horas y media. Pero llevaba horas sin dormir y hacía casi veinticuatro horas que había salido de España y casi cuarenta y ocho horas hasta que me fui a dormir por la noche. Me fui a la residencia a descansar hasta que llegó la hora de ir a Sishu Bavha a registrarme.

En casi todos los viajes que he hecho, cuando los he relatado, he narrado cada día vivido al detalle o todos los detalles que recordaba. En Calcuta todos los días eran iguales y ninguno era igual. Ni siquiera cada momento era igual a otro.

Las hermanas, las monjas Misioneras de la Caridad Madre Teresa de Calcuta, cada mañana hacen una misa de seis de la mañana a siete. Los voluntarios pueden ir si lo desean o acudir a las siete, después de la misa, a desayunar con los voluntarios. El desayuno es un té, plátano y pan. En mi primer día de voluntariado decidí ir a la misa. Se puede ir cada día o los días que se desee acudir o no ir. Yo tenía mucha curiosidad por ver a las “sisters” en la misa. Salí del hotel residencia, que es como yo la llamo, a las seis menos algo de la mañana. Era totalmente de día y la luz que había era como si fueran las nueve de la mañana. En Calcuta empieza a amanecer muy pronto. Supongo que no son unos gilipollas como en Europa, que se tocan las manecillas del reloj dos veces al año; algo totalmente antinatural.

Por el camino, ya antes de salir de la residencia hotel, me encontré con Renata. Fue la primera voluntaria que conocí. Nos registramos a la vez en Shisu Bavha el día anterior y llegamos y salimos de Calcuta; con un par de días de diferencia en los dos casos. Nos hospedábamos en la misma residencia hotel, pero en diferente pabellón o bloque de edificios. Me la encontré cuando salía de su casita, por así decirlo, y nos fuimos juntas a la misa. La misa se hace en AJD Bose Road 54. En el mismo sitio donde está el museo y la tumba de Madre Teresa de Calcuta y donde viven las hermanas misioneras de la caridad. Fuimos a la misa. Me gustó mucho. Después de la misa, acudimos a la planta baja, que es donde teníamos el desayuno cada día. También es optativo acudir al desayuno, ya que había voluntarios que tenían el desayuno incluido en su hotel. Mi desayuno también estaba incluido en el precio del hotel, pero no necesitaba amortizar el precio de la habitación. Ya he explicado lo que pagaba por la habitación que era como un campo de fútbol y donde la calidad precio era mucho más acertada que en muchos sitios de España. El desayuno era muy completo en el hotel, pero la verdad es que yo no suelo tener mucha hambre nada más levantarme por las mañanas. Una vez que se concluye el tiempo del desayuno en Mother House, que es así como llamábamos a la sede por así decirlo de la congregación de las misioneras y como en realidad conocen las personas por este nombre este lugar en Calcuta; iba cada día una de las hermanas que es quien coordinaba a los voluntarios. Después rezábamos con cantos y después se ponían en el centro de un círculo o todos juntos delante de los demás; los voluntarios que ese día finalizaban su voluntariado. Se canta una canción que siempre es la misma. Yo me emocionaba a menudo cuando se la cantábamos a alguien, que de hecho era cada día, porque cada día se va alguien o es frecuente que llegue alguien nuevo. Yo pensaba que cuando me llegara a mí el día de ser yo la a la que cantaran; iba a romper a llorar. Y no me equivoqué, por mucho que traté que las lágrimas no se asomaran ni lo más mínimo. Después se aplaude tras la canción a quien finaliza su voluntariado y los voluntarios nos distribuíamos para ir juntos al destino donde cada día hacíamos el voluntariado. Había unos carteles con el nombre de las diferentes casas, conventos o templos donde se realiza el voluntariado. Recuerdo los nombres de los carteles. Daya Dan, Nirmal Hriday, Santi Dan, Prem Dan. También está Shisu Bhava, pero para ese no había cartel, porque está en la misma calle donde está Mother House. Está unos metros más adelante. Y no sé si me dejo algún templo, casa o convento por mencionar. Son los que más me sonaban. Un voluntario cogía el cartel del lugar con el que ir con todos los voluntarios que fuesen a ese lugar. Los voluntarios se aproximan al voluntario que lleva el cartel del templo al que va a acudir. Es una manera muy bien organizada y sencilla de ir todos juntos y ayuda y facilita mucho la labor a los voluntarios que se acaban de incorporar.

En mi primer día de voluntariado conocí a Crhistelle, de Filipinas, que vive en Londres. Sólo pasé dos días con ella, porque yo empezaba cuando a ella tan sólo le quedaban dos días para volver a casa. Me sentí muy cómoda desde el principio con ella. Salimos de Mother House. Crhistelle fue mi referencia  porque en los días que estuve con ella, que sólo fueron dos, pero yo sentí como muchos más, era ella quien cogía el cartel y quien conducía a los voluntarios hacia la parada del autobús. La persona que coge el cartel es quien conduce y guía a los voluntarios para coger el autobús hacia el lugar de destino, pero si el voluntario lleva ya días; evidentemente ya sabe dónde está la parada. Sin embargo esa persona que recoge el cartel y acompaña a la parada del autobús, siempre se encontrará con un voluntario nuevo al que guiar.

Cogimos el autobús y es sin duda una aventura que ahora recuerdo como muy divertida. No me parecía tan divertida cuando lo hacía cada día. El tráfico es caótico en Calcuta. Los coches, autobuses, taxis, motos… pitan continuamente aunque no haya nada que pitar. Hace mucho calor y mucha humedad y el tráfico se colapsa y se suda como un anfibio. Realmente conviene beber toda el agua que se pueda antes de coger el autobús, porque se suda mucho. Y si eres una persona que no suele sudar; sin duda se nota la falta de hidratación en el cuerpo. Tras el viaje de Mother House a Kalighat, que es el barrio donde está Nirmal Hriday, que a veces dura media hora o puede durar una o cuarenta y cinco minutos en autobús; nos bajábamos y caminábamos unos diez minutos hacia Nirmal Hriday. Depende de a qué templo o casa o convento vaya cada voluntario; está en una zona u otra de Calcuta y el viaje puede ser más largo o más corto.

En mi primer día en Kalighat; en Nirmal Hriday; es difícil olvidar cómo fue. Recuerdo que entré y recuerdo el fuerte olor a desinfectante y productos fuertes de limpieza. En Nirmal Hriday es necesario apuntar la hora de entrada y de salida. Tras registrarme; dejamos los bolsos y el agua en las taquillas. Conviene llevar un candado para cerrar tu taquilla. Hasta que me compré un candado; Crhistelle nos dejaba guardar nuestras pertenencias en su taquilla. A las casas y lugares donde se hace el voluntariado es necesario ir sin pasaporte y dinero. Tan sólo llevar el dinero que se vaya a gastar ese día para no llevar un mazacote contigo que te dificultará el trabajo y que hasta puedes mojar. En el voluntariado nos poníamos delantal y es fácil que te mojes porque se lava ropa cada día y se friegan platos cada día. Estaba ya en Nirmal Hriday. Por fin. Había llegado hasta Calcuta yo sola y había llegado al lugar, al sitio con el que había soñado más de la mitad de mi vida.

Hasta aquí he contado cómo fue llegar a Calcuta para mí y apuntarme al voluntariado y saber dónde está todo y cómo se llega al destino donde cada uno desempeña su tarea en Calcuta. Podría contar cómo fue ese primer día completo, pero lo cierto es que contar mi primer día sería contar todos los días y a la vez, sólo contar uno. Cada día hacía lo mismo en Calcuta y en Nirmal Hriday y en Shisu Bhava, que es donde iba por las tardes. Y nunca hubo un día igual a otro, ni un momento igual a otro.

Por las mañanas, cuando llegábamos entre las ocho y media y a veces, un poco más tarde; lavábamos la ropa. La ropa sucia se distribuye en varios pilones grandes donde hay agua con productos fuertes. Creo que previamente, antes de que llegáramos, ya había pasado por otro proceso de lavado la ropa. En uno de los pilones se lavaba la ropa y en el otro, se enjuagaba.

Después tendíamos  la ropa y después estábamos un rato con las personas internas. En Nirmal Hriday, en Kalighat; las personas internas están separadas las mujeres y los hombres. Las mujeres voluntarias hacíamos el voluntariado con las mujeres internas y los hombres voluntarios con los hombres internos. Yo estaba con las mujeres. Las masis son las trabajadoras hindúes y las unties, las voluntarias.

Estar con las personas internas es un regalo.  Se dedica un tiempo a estar con ellas ya sea dando masajes, o jugando a algo quien tenga ganas de jugar o ayudando a caminar a quien tiene dificultades para hacerlo o ayudando a realizar ejercicios a quien puede hacerlos. Las personas que están internas en Nirmal Hriday están muy enfermas o próximas a la muerte.

A las 10:30 es el rato de tomar chai te y donde se tiene la oportunidad de conocer a los otros voluntarios. Después del chai te es la hora de dar las comidas donde las hermanas y las masis la distribuyen y los voluntarios cooperan en esta labor y colaboran para dar las comidas a quien no puede realizarlo por si misma. Algunas personas pueden hacerlo, pero otras no. Después fregábamos los platos y a las doce concluía nuestra jornada en Nirmal Hriday.

Esto contado a groso modo es lo que hace una persona voluntaria en Kalighat. En Nirmal Hriday.

En cuanto a la experiencia de estar en Nirmal Hriday es lo más bonito que he hecho en mi vida. A mí se me llenaba el corazón de amor allí dentro. Me sentía como bañada en agua caliente, que es como yo describo cuando me siento bañada por la luz de amor. La luz de amor, la energía sutil que no se puede explicar y que sólo se puede sentir. Sentía que se me expandía el corazón de amor y que se abría. En Nirmal Hriday se me abrió el corazón. Ya había hecho voluntariado antes dos veces en Molo (kenia) antes de ir a India, pero en India me encontré de lleno con quien soy. Antes de ir a Calcuta, había leído mucho en Internet sobre las experiencias de los voluntarios. Si había algo en lo que coincidían todos en sus relatos era que habían descubierto su vocación. Eso es lo que me pasó a mí. Cuando fui a Kenia conocí lo que yo llamo el amor del mundo, pero en Calcuta conocí mi vocación.

Se dice que las personas voluntarias que vamos a países del mundo a hacer un voluntariado o varios, vamos a ayudar. No es cierto. Las personas que optamos por este camino en la vida, somos ayudadas. Recibimos un gran regalo al desempeñar esta tarea. Recibimos el amor del mundo. El concepto de ayudar, en realidad es para inflar el ego. Sin duda, quienes optamos por esta labor es una forma de ser e indudablemente no se realizará un sólo voluntariado en un país del mundo. Se querrán descubrir más. Yo ya había decidido cuando fui a Kenia que el siguiente voluntariado sería en India. Aunque en realidad hace más de la mitad de mi vida que decidí que un día iría a Calcuta; y además Calcuta. Y estoy muy contenta y satisfecha conmigo misma de haberlo hecho.

Recuerdo los rostros de las mujeres de Nirmal Hriday. Recuerdo sobre todo sus miradas puras como la mirada de los niños pequeños. Como la mirada de los bebés. Cuando se está próximo a la muerte, una parte de nosotros ya está en el otro lado. Era eso lo que veía. Las personas próximas a morir tienen conciencia plena de que no les queda mucho tiempo en este mundo. Había mujeres muy mayores, ancianitas. Eran las que mejor comían. Muchas de ellas no podían ver. Otras estaban muy enfermas y apenas podían caminar y no tenían apenas apetito. Algunas estaban en la cama. Recuerdo a todas ellas. Sólo estuve dos semanas en Nirmal Hriday. Recuerdo sus sonrisas, sus miradas, pero lo que más recuerdo son las sonrisas. Para mí sus sonrisas daba sentido a mis días allí. Algunas no sonreían porque no estaban para eso. Incluso algunas tenían una mezcla de su enfermedad y demencia senil. Las personas que están en Nirmal Hriday han pasado toda su vida o buena parte de ella viviendo en la calle donde han pasado situaciones de maltrato y violencia.

Recuerdo una mujer, de las más jóvenes en Nirmal Hriday, que siempre estaba en la cama. Estaba muy delgada. Prácticamente era toda ella huesos. Se retorcía todo el tiempo. Movía las piernas y los brazos todo el tiempo. Tenía una mirada preciosa. Una mirada de pureza y de ver más allá. No sé qué enfermedad tenía. Comía muy bien, pero su cuerpo era huesos cubiertos de piel. Cada día me acercaba a ella y le tocaba las manos o los brazos o la acariciaba. Durante muchos días me apartaba las manos. Prefería que la dejara tranquila. Aún así, yo cada día iba a verla. Nunca olvidaré, que en mi segunda semana de voluntariado, cuando le cogía la mano, apretaba la mía. Ya sabía quién era. Aquello fue una lluvia de amor hacia ella y hacia mí. Sentí lo importante que es dar y recibir amor; sobre todo cuando se está con una enfermedad terminal.

Recuerdo a la señora que se ponía en cuclillas y que siempre decía: “ah, ah, ah”. A esa señora siempre la voy a llevar en el corazón. No veía apenas y no tenía apenas apetito. Recuerdo a otra señora, que cuando le daba una cucharada de comida, movía la mano para decir que “no más” y yo seguía insistiendo y ella seguía comiendo aunque dijera “no más” con la mano. Siempre hacía ese gesto cuando era la hora de comer. Cuando realmente no quería más; giraba la cara o empujaba el plato o la cuchara. Por esa señora supe como se dice agua en hindi. “Pani”. Recuerdo a la señora a la que acompañaba al lavabo. Recuerdo a la señora que siempre decía: “dol, dol” o “doly”. No sé qué significa, pero no es agua ni en hindi, ni en bengalí. Ella siempre lo decía cuando quería beber agua. Lo supe por las señoras que estaban a su lado, que me hicieron el gesto de beber agua. Algunas mujeres hablaban hindi y otras bengalí. Recuerdo la mujer joven que tenía los ojos cerrados y que hacía ejercicios con las piernas y los brazos. Hacía los mismos ejercicios que hago yo cuando tengo lumbago y ciática. Me acercaba a ella, la saludaba y me contestaba en hindi o bengalí y yo le respondía en español o en inglés y ella me respondía en hindi o bengalí. Ella no me entendía a mí y yo no le entendía a ella y sin embargo teníamos una gran comunicación. Fue a la primera persona a la que le dije “te quiero” en hindi o en bengalí. En las paredes había escritas algunas palabras en hindi y en bengalí para comunicarnos con las personas internas. “Aamee tomake bhalo baashi” significa “te quiero” en bengalí. Se lo decía siempre y se lo decía a otras personas internas, porque era lo que realmente sentía. Recuerdo también a una señora que me recordaba físicamente a un tío mío que ya murió. No quería que la tocara y te mandaba a la mierda cuando le hablabas. Recuerdo que una vez le mandó a la mierda a una de las “sisters” y la “sister” se la quedó mirando y sonriendo con amor. Era mayor. Yo no paraba de preguntarme lo que habrían pasado esas mujeres en su vida viviendo en la calle. Recuerdo a otra señora que me inspiraba serenidad. Era muy guapa y tenía el pelo muy suave y muy bonito. Solía preguntarme si había tomado el chai a las diez y media, que era la hora a la que tomábamos el chai los voluntarios. Recuerdo a la señora que más se entretenía con los juegos y que coloreaba cuadernos. Era la que más pedía algún juego o juguete o cuaderno para colorear. Tenía una hija en Shanti Dan. Siempre preguntaba a los voluntarios si sabían algo de ella. Recuerdo a la señora que me miraba con cara de niña pequeña y se encontraba tan mal. Tenía una tos, que le hacían ruido los bronquios. En los días que estuve allí a menudo lloraba y se encontraba muy mal, pero estaba sentada junto con las demás mujeres. En mis últimos días de voluntariado estaba en la cama y cada día estaba más enferma y ya no comía. Sólo bebía agua, que se la dábamos con una cuchara. En mi último día de voluntariado tenía oxígeno para respirar. Dos voluntarias y yo le hablábamos y estábamos junto a ella. Recuerdo a una de sus compañeras que le hizo una reverencia, porque sabía que no le quedaba mucho tiempo en este mundo. Murió el día que yo viajaba de vuelta a España. Lo supe por Margaretta, una de mis compañeras de voluntariado. En las dos semanas que estuve en Nirmal Hriday murieron dos personas en el área de las mujeres. Hubo un tiempo, cuando India se independizó de Gran Bretaña y Madre Teresa empezó su labor en Calcuta, que cada día moría alguien en Nirmal Hriday, conocido coloquialmente como Kalighat. Recuerdo la señora que murió en Kalighat en mi primera semana de voluntariado. Recordaré siempre como minutos antes de morir, las “sisters” le hablaban y la acariciaban y la acompañaron con tanto amor en ese momento. Yo me fui a ver a otras mujeres y cuando volví, ya había muerto. Recordaré siempre a la voluntaria de Japón, que cortó las vendas y que la amortajó. Me pidió que la ayudara y con todo el amor del que fuimos capaces, la amortajamos. Posteriormente vinieron las sisters, y repitieron el proceso porque no lo habíamos hecho de la manera adecuada. Es algo que ellas hacen con mucha frecuencia. Entre las masis y las “sisters” la prepararon para llevarla donde llevan a las personas que mueren. Colaboré en ese proceso. Me emocioné. Sentí amor por el acto de morir de alguien. Sentía la esencia de su alma que inundaba todo el templo de Kalighat. La energía de Kalighat es de puro amor. Es la energía del alma. En nuestra esencia divina, somos amor. Pregunté dónde llevaban a las personas que morían y me dijeron que las incineran con el rito religioso de la religión con la que la persona en vida se identificaba.

Todo esto sucedió en mis días en Calcuta, que no es poco, y tan sólo es una pincelada de mis días allí. Algunos días llegaba a Kalighat un coche de las misioneras, que era como una ambulancia. Llegaban a Kalighat con algunos voluntarios. Venían de la estación de trenes de Calcuta de recoger a personas que vivían en la estación. Llegaban a Kalighat en un estado que no se me irá nunca de la mente. Otra de las labores a desempeñar es ir a la estación de trenes a buscar personas que están viviendo en la calle.

Por las tardes iba a Shisu Bavha. Cuando me registré para hacer el voluntariado; lo hice aquí. Se hace aquí. En AJC Bose Road, 78. Yo le dije a la “sister” que te apunta para hacer el voluntariado; que por las mañanas quería ir a Kalighat y por las tardes a Daya Dan. En Daya Dan están los niños y niñas y personas adultas con parálisis cerebral y otras minusvalías. En India lo llaman “Hándicap”, que en inglés significa “desventaja”. En realidad una persona con minusvalía no tiene minusvalía. Tiene una desventaja o varias. Así que sólo por una vez; me ha parecido acertada la manera de decirlo en el Reino Unido en comparación a cómo se dice en España. No sé si se dice así en el Reino Unido, pero en India, sí. La “sister” que registra en el voluntariado a los voluntarios me dijo que no había nadie registrado para ir a Daya Dan y que tendría que ir sola, coger como tres medios de transporte y caminar sola de noche y volver al área donde me hospedaba, coloquialmente conocida como “Mother House” sola y de noche. Renata, que nos registramos en el voluntariado a la vez, me sugirió que por la tarde era mejor que estuviera cerca de “Mother House”. Lo cierto es que fue un buen consejo. La “sister” me dijo que podía hacer voluntariado en Shisu Bhava por las tardes con personas con “handicap”.  Así que cuando salía de Kalighat a las doce, volvíamos los voluntarios en el autobús a Mother House, comíamos y después nos desperdigábamos. Había quien se iba a su hotel a descansar, había quien quedaba con otros voluntarios, había quien iba a otro voluntariado. Después de comer me iba un rato corto a descansar al hotel y a veces directamente empalmaba con Shisu Bahva. En Shisu Bahva estaba con los niños y niñas pequeñas con parálisis cerebral. Casi todos y todas tenían parálisis cerebral y tenían entre unos meses y hasta diez años como mucho.  Había una niña de meses con síndrome de down, una niña sin cuencas en los ojos y un niño de meses con hidrocefalia. Había un niño, que no sé qué tenía. Creo que tenía algo psíquico. Y una niña que tenía mal formaciones. Los demás tenían parálisis cerebral.

En Shisu Bavha estaba con los niños y niñas jugando. Hacia las cuatro de la tarde, las hermanas, las masis y los voluntarios les dábamos la cena. Los niños y niñas con parálisis cerebral ingieren los alimentos con dificultad. El contacto de la cuchara en la boca, a muchos de ellos les produce un estímulo en el cerebro desagradable. Lo sé por los gestos que hacían muchos de ellos y por cómo lloraban muchos de ellos. Necesité muchos días para adaptarme a su ritmo de comer y a la manera. Cuando ya empezaba a adaptarme, ya me tuve que volver a España.

La experiencia de estar en Shisu Bavha por las tardes con los niños y niñas fue una experiencia de amor como en Kalighat, pero todavía más fuerte en cuanto a aprendizaje. Siempre recordaré la mirada de los niños y niñas de Shisu Bavha. Con siete u ocho años que tenían muchos de ellos y ellas; más o menos; tenían en sus miradas una lección para la inmensa mayoría de los mortales de muchísima más edad que transitamos por este mundo. Sus miradas hablaban y me decían: respeto, dignidad, integridad. Soñar, la alegría de estar presente. El momento es siempre presente. Siempre es ahora. El futuro es incierto. Los problemas de la clase acomodada a ellos no les suenan a nada. Ahora estoy aquí y las sonrisas, el baile, el juego, la interacción es lo único que me importa. Eso podía leer en sus miradas y otras cosas a las que intentaba acceder y que estaban lejos de mi alcance. Sólo podemos empatizar con aquello que hemos experimentado. Sólo podemos intuir algo porque por algún motivo nos es conocido.

La alegría de la niña con las piernas no formadas y las manos poco formadas. Una niña de un año y medio que sentada en la alfombra, se miraba en el espejo e interactuaba consigo mismo. Movía los brazos, se miraba, se reía. Se amaba, se respetaba. No necesitaba a nadie más. Es la niña más independiente que he conocido en mi vida y que tanto me enseñó. Evitaba estar en los brazos de un adulto. Ella es feliz consigo misma. Cuando la tumbaban en la cuna, miraba al techo y sonreía. Tenía una auténtica comunicación con lo que estaba viendo y experimentando. Y lo que veía y experimentaba no era el techo sin más. Era algo que sólo ven los corazones puros y altamente sensibles.

Recuerdo a la niña que llevaba siempre un casco de moto de juguete, que alguien que pasó por allí le regaló o lo dejó en Shisu Bavha. Era quién más disfrutaba de él. Lo llevaba puesto muchas veces. Le encantaba jugar con alguien a un juego de meter piezas en un bloque. Era importante jugar con otro niño o niña. Tenía una compañera de juegos favorita. Se lo pasaban en grande aunque sólo fuera unos minutos cada tarde.

Recuerdo el niño con hidrocefalia. Tendría unos meses. Estaba perdiendo visión y se daba cuenta. Se miraba las manos, las movía delante de sus ojos, y al reconocerlas, se reía. Era feliz de verse las manos. En los días que estuve allí, iba perdiendo visión en un ojo. Se revolcaba por la alfombra. Rodaba y rodaba. Se empujaba así mismo apoyando la cabeza para subir por la alfombra.

Una de las niñas que no tenía parálisis cerebral; no veía. No tenía cuencas en los ojos. De sus ojos asomaban los pelos de las pestañas. Necesitaba mucho el contacto. Se movía sola. No tenía dificultades para caminar, ni necesitaba a alguien para ello, pero no tenía visión alguna. Esta niña  tenía la visión de un mundo desconocido para la inmensa mayoría. Esta niña me enseñó que no veía a los demás, pero tenía otra visión desarrollada. Se guiaba por el sentir. A veces se daba fuerte en la cara o en la cabeza. Yo le decía que no se pegara y le acariciaba. Se relajaba mucho si bailaba con ella. Recuerdo momentos de baile con ella en los que fue feliz y yo fui feliz de sentirla feliz.

Siempre me preguntaba la situación vivida de cada niño y niña y también la situación vivida de cada persona de Kalighat. Tanto Shisu Bavha, como Nirmal Hriday (Kalighat, comúnmente conocido) me enseñaron que qué importancia tenía eso. Ninguna; en realidad. Lo único que importaba era el momento presente y lo que se hace con él.

Hace muchos años, más de la mitad de mi vida, soñé con ir un día a Calcuta. Me inspiraron unas imágenes de Madre Teresa de Calcuta en Calcuta que vi en la televisión. Más adelante vi la película “La Ciudad de la Alegría”. El sueño se me logró el año pasado donde conocí la ciudad de la alegría y entendí por qué la llaman así.

De Calcuta me traje el amor, la pureza de la mirada de las personas cercanas a la muerte y la mirada de los niños y niñas que lo han vivido todo y lo inimaginable para nuestros límites mentales de quienes vivimos en sociedades acomodadas. Me llevo la empatía con los voluntarios y voluntarias que estábamos allí por un mismo motivo. Experimentar lo que yo llamo el amor del mundo, que es lo que se experimenta cuando se hace un voluntariado en algún lugar del mundo. Pocos voluntarios creen que vayan a ayudar. Lo vuelvo a repetir. Yo diría que ningún voluntario lo cree así. Las personas voluntarias somos ayudadas. Calcuta es el amor del mundo. Calcuta es el sentido de la vida. Quien vive una experiencia de voluntariado alimenta su alma. En la pobreza y en la pobreza extrema habita la luz. La pobreza extrema no es miseria. Es una ventana al sentido de la vida. Al menos: al mío. Ningún día es igual cuando te gusta lo que haces aunque hagas cada día lo mismo. La febril Calcuta. Anoté pequeños detalles en mis días en Calcuta. Un día anoté que me acababa de comer un sándwich tostado. Anoté que las manos me olían a sándwich tostado con esencia de India. El mismo sándwich no olería igual en otro lugar del mundo. Lo escribí en mi último día en Calcuta. Una Calcuta que estaba a punto de dejar. Conocí el corazón de Calcuta que un día soñé con conocer. La labor de Madre Teresa y su legado. De Calcuta me llevé los olores, su perfume, su loco tráfico, su comida picante. Siempre picante aunque dijeran que no lo era. La sensación de estar dentro de un caldo templado después de la lluvia. Las canciones de Shisu Bavha que estuvieron al menos un par de meses en mi cabeza y que todavía recuerdo alguna. Las voluntarias y voluntarios que conocí. El día divertido que pasamos Miyu y yo en el día libre de los voluntarios, que era los jueves y que no nos salió como hubiésemos deseado a ninguna de las dos. Visitamos la parte colonial y creo que las dos hubiésemos preferido visitar los templos hindúes. Desconocíamos por completo Calcuta y es inmensa. No salimos de un distrito. Creíamos que habíamos estado en diferentes distritos; y sin embargo; no salimos del mismo. Al menos salimos del área en la que nos movíamos siempre y aunque no fue cómo nos hubiera gustado; lo mejor de todo fue ir con ella. Miyu es una persona de la que siempre me acordaré. El día que nos despedimos; llorábamos. Intenté contenerme, pero no pude y creo que a ella le pasó lo mismo. También lloré al despedirme de Haya y al despedirme de Renata. Y es más que probable que no las vuelva a ver y no me pasaba el día con ellas ni mucho menos; pero hay experiencias compartidas y afinidades en el mundo que no se pueden explicar. En mi segundo jueves libre de los voluntarios en Calcuta sólo caminé por el distrito en el que me hospedaba.

A Calcuta se puede ir tantas veces se desee a hacer voluntariado. Ya sea por una semana, quince días, un mes o un año. O años. Muchos voluntarios repiten la experiencia año tras año. No sé cuál será mi caso, pero sin lugar a dudas es un lugar y una experiencia que a mí me ha motivado para experimenta una y mil veces. Y sin lugar a dudas; las ganas y la intención de conocer otros lugares de India se ha acentuado.

 

 

 

Un comentario en “El corazón de Calcuta

Deja un comentario